Miraba el polvo caer en la luz
con la misma atención que yo la miraba a ella.
Reía con las caricias que aún
no le había dado.
Amanecía.
Amaneció.
Abrió la ventana y por unos segundos
el aire de acá y el de allá
se miraron sin moverse
antes de fundir el afuentro.
-Ya debo irme- dijo
en un gesto.
No pude callarme.
Después, la calma. El olor
que trae mensajes legibles
solo para los elegidos.
Las almas
que se despiden pero aún se tienen.
Las palabras ocupando mucho espacio.
Las canciones
mojando con recuerdos desubicados
al presente impermeable.
Después, la calma. El olor
queda solo en los libros, en un disco,
en un recuerdo.
Las almas,
intactas, buscarán algún respiro
y después, no sé,
volverán a brillar.
Siempre se van cuando amanece, nunca se quedan más tiempo...
ResponderEliminarSaludos,
J.