Escribí un poema y te lo regalé. Como era tuyo, ya no era parte de mí y lo olvidé. Creo, sin certeza, que vos lo hiciste tuyo, lo amaste.
Al día siguiente te ví, nos vimos. Y vos me lo recitaste en el oído. Y tan feo era -¡Como pudiste decirme eso!- que moriste dentro de mí. Para siempre, muerta.