Sinopsis de los capítulos anteriores:
El Dr. Oliverio French y Bernardo trabajan en un laboratorio que está desarrollando el Proyecto Oídos, aparentemente beneficioso para toda la humanidad. Tras recibir el laboratorio amenazas diversas del Grupo Nuevo Aire contra el proyecto, los directivos deciden cerrar las puertas con todos los empleados adentro. Permanecerán en cuarentena hasta que el Proyecto esté finalizado y sea lanzado.
Mientras tanto los protagonistas comienzan a revelar las notas que les dejaron sus visitantes nocturnos, lo que los lleva hasta un enorme cuarto de máquinas que desconocían. Allí los espera Belén Eus para hacerles leer un mensaje del Grupo Nuevo Aire.
En el mensaje, Oliverio y Bernardo se enteran que el Proyecto Oídos puede ser utilizado como un arma que ataca directamente a las mentes de sus víctimas. Y el G.N.A, al que creían terrorista, está en realidad conformado por los primeros impulsores del proyecto, que se vieron desplazados, y algunos después perseguidos y asesinados.
O
liverio, Belén, y Bernardo discuten qué camino tomar. Finalmente deciden intentar salir del edificio.
En su escape un guardia los reconoce e intenta detenerlos. Belén lo deja inconsciente, y los tres empiezan a correr tras vestirse con unos trajes especiales: los de los empleados del subsuelo.
Cuando la esperanza de escapar empieza a crecer Bernardo, para sorpresa de los otros dos, escapa de ellos en un ascensor hacia los pisos superiores...
Resultado de la última votación:
Los guardias del laboratorio:
serán alertados por Bernardo.
.........................................................................................
- Vamos hasta el tercer subsuelo- dijo Belén, quien parecía totalmente recuperada de la sorpresa- Si nos apuramos, llegaremos antes que él pueda encontrar algún guardia y volver a bajar.
Corrimos. Una vez que empezamos a bajar por los subsuelos, la luz natural de las altas ventanas y claraboyas fue sustituida por lámparas de techo. El aturdimiento superaba al cansancio, al miedo, y a cualquier otro sentimiento o pensamiento. Lo único que tenía en mente era salir de allí. Se cruzó por mi mente una calle cualquiera, llena de casas llenas de gente viviendo sin saber lo que se gestaba en esos subsuelos tan tenebrosos.
Las escaleras se interrumpieron bruscamente por una puerta. Arriba se leía solamente “Tercer Subsuelo – acceso restringido”. Un aparatito junto a la puerta se burlaba de nosotros que no sabíamos qué conjunto de números era la llave a nuestra libertad.
En ese momento, escuchamos un ruido. Alguien bajaba por la escalera. Al ver que era un sujeto vestido igual a nosotros, un empleado del subsuelo, nos alejamos de la puerta lo suficiente como para que pareciera que estábamos charlando y no intentando entrar.
- ¡Ustedes, vuelvan a trabajar!- nos gritó, al tiempo que discaba la clave. Leí la palabra “supervisor” bordada en su pecho al tiempo que lo empujaba para pasar corriendo por la puerta que nos abría. No giré para ver como reaccionaba.
Ya no me sorprendió que la sala a la que entrábamos fuese más grande de lo que había imaginado. Ya nada podía sorprenderme. En un primer vistazo llegué a pensar que el sector subterráneo del laboratorio se extendía por debajo de toda la ciudad. Y nunca llegué a afirmar ni refutar esta primera impresión.
Cientos de personas se movían por la sala, accionando máquinas, moviendo objetos con precaución extrema, o en diversas tareas. Tan concentrados estaban, tan disciplinados, y tan acostumbrados a ver gente corriendo de un lado al otro con preocupación, que nuestra presencia no inquietó a nadie.
- Faltan unos doscientos metros. Ahí hay una pequeña ventana que nunca fue tapiada. Es el único lugar sin vigilancia en todo el edificio- susurró Belén.
- No se si lo notaste, pero estamos tres pisos debajo de la tierra.
- Sí. Confiá en mí. Falta poco.
Sin dejar de correr, pudimos ver las verdaderas máquinas que se estaban produciendo. No solo eran más grandes que el prototipo que habíamos visto, también eran muchísimas más.
Llegamos a una compuerta escondida a medias por un mueble semidestruido y cajas viejas.
- ¡Por fin!- exclamó Belén, al tiempo que movía las cosas para pasar.
- ¡Son esos!- gritó Bernardo a los guardias a los que había guiado hasta nosotros, señalándonos repetidas veces.
Cuando Belén logró mover el mueble, entramos en lo que parecía un escobero. Pero el escobero no tenía techo, y una escalera de hierro para manos subía por la pared.
Sin perder el tiempo, Belén empezó a trepar y yo la seguí. Arriba, lejos, lejísimos, se veía una luz. Mis ojos se nublaban por el esfuerzo y el cansancio.
Abajo nuestro, la puerta se abrió y los entrenados guardias empezaron a trepar a una velocidad vertiginosa. Era imposible que les ganáramos.
-Pero- pensé- no pueden atraparnos a los dos.
Para sorpresa de Belén, dejé de trepar. Ella, aunque mirando para abajo, mirándome fijo, seguía subiendo.
Yo no quería sacrificarme. No realmente. ¡Pero estaba tan cansado!
El primer guardia intentó cubrirse con las manos cuando mi pie alcanzaba su cara. Perdió el equilibrio y cayó. Pero venían al menos cinco detrás, y el segundo ya sabía que yo me había detenido, y que iba a dar pelea en lugar de escapar. Intenté darle una patada, igual que había hecho con el anterior, pero agarró mi pie en el aire. De un tirón, me lanzó tras su compañero.
En el aire, mientras caía, pude ver el pie de Belén escapando por la única salida sin vigilancia de todo el laboratorio. Ella era ágil, lo suficiente como para aprovechar la ventaja que yo le había dado para escapar.
Con algo de suerte ella podría alertar al Grupo Nuevo Aire de la nueva situación. Y demorar así el Proyecto lo suficiente como para alertar a toda la humanidad. Ella era mi esperanza. La imaginé corriendo bajo el sol cuando, no sin dolor, el guardia que yo mismo había tumbado amortiguaba mi caída. Perdí el conocimiento.
Cuando desperté, estaba atado a lo que parecía una silla hecha de hierros y cables. Ya no llevaba puesto el uniforme del laboratorio, a diferencia de los hombres que se movían y hablaban animadamente frente a mí.
Tardé en darme cuenta que lo que hay arriba mío es una de las máquinas. Hace unos instantes entendí lo que va a sucederme. Probablemente lo primero que hagan sea obligarme a olvidar esta historia que, en un intento desesperado por retener, me repito una y otra vez.
Fin